Los niños necesitan ser felices, no ser los mejores

Los niños de hoy están tan atareados que no tienen tiempo para jugar ni divertirse. ¿Es esto lo que quieres para tus hijos?

Los niños necesitan ser felices, no ser los mejores

Mariana es una niña de este siglo. Su papá y su mamá trabajan muchísimas horas al día, y son tantas que Mariana dice que ya no puede llevar la cuenta de cuánto trabajan. Pero papá y mamá tienen que ganar dinero para pagar todas las cosas de las que “disfruta” la familia: como la casa, los automóviles en los que van a todos lados y las cortísimas vacaciones que se toman una vez en el año.

Los padres de antes y los padres de ahora

A Mariana no le importaría tener una casa más chica, o un auto más barato, sin asientos de cuero. Si pudiera cambiar todo eso por tener un poco más de tiempo con sus padres lo haría. Ella recuerda siempre a los padres que tenía cuando era más pequeña, no a los que tiene ahora. 

¿Cuál es la diferencia entre aquellos padres y los de ahora? Pues que los de antes eran atentos, estaban dispuestos a estar con ella, eran cariñosos y alegres. Mientras que los padres que tiene ahora, aunque son las mismas personas, están todo el tiempo preocupados, estresados, cansados, y a veces no están presentes.

No saber cómo expresarse

Mariana los extraña, pero no tiene idea de cómo decirles cómo se siente por dentro. Ella sospecha que las emociones y los sentimientos tienen cierta relación con las palabras, pero aún nadie le ha enseñado cómo funciona esta relación entre las palabras y lo que sentimos, para poder exteriorizarlo.

La niña, observadora como es, también se ha dado cuenta de que los adultos en general no son capaces tampoco de expresar lo que sienten, y que este no es un problema exclusivo de sus padres.

La demanda constante

Mariana es una niña que no tiene tiempo para jugar y pasar un buen rato. Especialmente desde que su hermanito pequeño nació, pues sus padres piensan que ella tiene la edad suficiente como para asumir algunas responsabilidades en casa. Esto hace que se sienta más angustiada e insegura, pero no sabe cómo decírselos.

Todos los días de Mariana están repletos de actividades. Y lo que hace, para poder distinguir y recordar cada una de las cosas que tiene que hacer, es utilizar colores. Incluso ya ha tenido que repetir ciertos colores para varias de sus actividades, porque su caja de crayones no es muy variada como para usar uno diferente en cada una de sus tareas.

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Por ejemplo, ella utiliza el mismo color cuando estudia inglés, tanto en la escuela como con su profesora particular. Lo mismo ocurre con música en el colegio o en el conservatorio,. También, con danza y las clases de ballet que no le gustan mucho.

Mariana ha dejado de quejarse, al menos abiertamente, de sus clases de baile porque no sabe cómo hacerlo y no quiere protestar como una niñita. Lo que menos quiere es decepcionar a su mamá, que está tan ilusionada con la idea de que su hija sea bailarina de ballet que Mariana ya se siente incómoda con el sólo hecho de pensar que ella quiere hacer otras cosas y no bailar.

El amor de los abuelos: un gran alivio

Ya ven que esta niña no tiene tiempo libre durante todo el día. Las únicas veces en las que alguien le pregunta qué es lo que quiere o no quiere hacer son los fines de semana en los que sus papás trabajan, y ella tiene la suerte de pasarlo con sus abuelos.

Es entonces cuando ellos, consentidores como son todos los abuelos, tratan de darle todos los gustos que sus padres no le dan. Porque aunque Mariana no les contó nada de lo que le está pasando, ellos ya se dieron cuenta de lo que le ocurre a su nieta que quieren tanto. Sin embargo, estos cambios, aunque la hacen sentir mejor,  también la confunden. 

Mariana y los cuentos de su padre

Leer es una de las cosas que más le gusta a Mariana. Siempre recuerda con amor los cuentos que le leía su papá cuando era pequeña. Y los que más atesora son los cuentos que él le inventaba. 

Estas historias le agradaban más porque, como su padre la conocía bastante bien, sabía lo que a ella le gustaba hacer en cada aventura que imaginaban. Esa forma de ser cómplices, que ya no existe, hacía que Mariana se durmiera todas las noches con una sonrisa.

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Y cada nuevo cuento hacía muy especial cada noche. Incluso Mariana hacía algo en secreto, que ya podemos decir. Y era que le escribía ese cuento en papel a su mejor amiga para que ella también lo disfrutara. Como su amiguita nunca había vivido con su padre ella creía que esa era una buena forma de compensarlo.

Pero también había otra razón para escribir: uno de sus vecinos cercanos padecía de Alzhemier y Mariana había visto cómo iba perdiendo su memoria. Y esto la atemorizó tanto que no quería olvidar ninguno de sus cuentos. Ahora, estas historias se habían convertido en un refugio cuando las leía, y recordaba sus días más felices, mientras también sentía también cómo iba perdiendo su niñez.

Mariana sabe hablar más idiomas que la mayoría de los niños de su edad, es excelente tocando piano. Además domina muy bien las matemáticas: ya sabe hacer fraccionar mientras que muchos de sus compañeros aún tienen dificultades con las multiplicaciones. ¡Y también sabe resolver ecuaciones!. 

Sin embargo, Mariana hoy es una niña triste. Y tiene plena conciencia de su tristeza porque hace algún tiempo, ella fue muy feliz, inmensamente feliz. 

Y esa felicidad fue sacrificada por sus padres para garantizarle un futuro que nadie sabe a ciencia cierta si algún día llegará.

¿Habrá valido la pena?

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